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  • Laura Meléndez

Uno de los grandes poetas mexicanos del siglo XIX, fue Manuel Acuña


Manuel Acuña Narro nació en Saltillo el 27 de agosto de 1849 en la Ciudad de México, y murió un día como hoy, 6 de diciembre pero de 1873… fue un poeta mexicano que se desarrolló en el estilizado ambiente romántico del intelectualismo de su época, que nos dejó hace 173 años.

Recibió la primera educación en el colegio Josefino de su ciudad natal y apenas cumplidos los dieciséis años se trasladó a la capital de la República con la intención de estudiar matemáticas, francés y filosofía, para acabar inscribiéndose en la escuela de medicina, cuyos cursos siguió a partir de 1868.

En 1869, dispuesto a redimir a la humanidad por medio de la enseñanza, las artes y las ciencias, se lanzó a lo que sería una prolongada y fecunda serie de colaboraciones en distintos diarios y revistas mexicanos. Manuel Acuña comenzó a colaborar en las páginas de numerosas publicaciones periódicas, como El Renacimiento, El Libre Pensador, El Federalista , El Domingo, El Búcaro y El Eco de Ambos Mundos.

Acuña se vió influido a veces por Gustavo Adolfo Bécquer y otras veces por un materialismo que se cuestiona la propia existencia de Dios, el origen, el destino del hombre, el sentido de su vida en la Tierra, las razones del amor y el desamor, por la causa final de la injusticia, Acuña fue adoptando un tono de encendida protesta existencial y revolucionaria, que no se vió mitigada por la fe religiosa o por el conformismo que debiera ser fruto natural de una cierta madurez, pero que asumía en sus poemas humorísticos descarnados acentos de burla.

Perteneciente al Liceo Hidalgo como su amigo el poeta Juan de Dios Peza, fundó con Agustín F. Cuenca la Sociedad Literaria Nezahualtcóyotl, inspirada en el ferviente ideario nacionalista del escritor, educador y diplomático Ignacio Manuel Altamirano, con su deseo de lograr que las letras mexicanas fueran, por fin, la fiel expresión de la patria y un elemento activo de integración cultural.

Su apasionado y no correspondido amor por Rosario de la Peña, a la que eligió como inspiradora de todos sus escritos y el objeto de todos sus sueños, le dictó el poema Nocturno a Rosario, la más popular y conocida de sus obras.

Pese a cierta ingenuidad romántica, que convierte a Rosario en la musa por excelencia de las letras mexicanas, la elegancia de este poema, desprovisto de los oropeles, efectismos y exageraciones que desmerecen algunas de sus obras, puede hacernos pensar que se abría ante el joven Acuña un prometedor y esperanzado porvenir literario.

Pero el sufrimiento moral puede llegar a ser insoportable, el amor desgraciado no engendra sólo obras dramáticas o inflamadas creaciones literarias y los héroes románticos suelen morir jóvenes; ahí están para demostrarlo las tumultuosas vidas de Byron y Shelley.

Manuel Acuña, envuelto en su aura romántica, no deseaba recorrer el camino hacia la gloria literaria que sus jóvenes escritos parecían reservarle y se negó a soportar una vida en la que su pasión fuera paulatinamente extinguiéndose, privada del amor de su esquiva musa. El 6 de diciembre de 1873 decidió truncar las esperanzas que en él se habían depositado y cerró con el suicidio el curso de su existencia.

Tendrán que pasar todavía muchos años para que los escasos poemas de Acuña abandonen las fugaces páginas amarillentas de los periódicos o revistas de la época y venzan por fin, ordenados en un volumen coherente, el silencioso olvido de las hemerotecas.

Los poemas de Manuel Acuña vieron la luz póstumamente con el título de Versos, que se cambió por el de Poesías en la segunda edición. La obra poética de Acuña entre los años de 1868 y 1873, tuvo un carácter lírico.

Acuña dejó un legado de poeta y dramaturgo considerado uno de los más destacados y característicos representantes del romanticismo mexicano. Su inflamado carácter romántico, el lirismo que fue apoderándose, poco a poco de sus anhelos literarios y su naturaleza enfermiza, conformaron paulatinamente poemas en los que se advierten los destellos de su pasión y su genio poético, características que la turbulencia de sus amores y desamores irían acentuando, para conducirlo, en medio de la locura de amor rechazado, al suicidio.

El romanticismo del autor, sin embargo, incluyó, como en otros autores de la época, la actividad política y periodística y una visión filosófica liberal y positivista en que se reconoce el peso de Ignacio Manuel Altamirano, verdadero mentor de la generación romántica.


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