Ninguna pintura en el mundo es tan conocida y admirada como la Mona Lisa de Leonardo da Vinci. Si se necesitaran pruebas de ello, sólo habría que ir al museo del Louvre en París en donde de todas las obras de arte, ninguna atrae tanto la atención de los visitantes.
También conocida como La Mona Lisa, es una de las múltiples obras del italiano Leonardo da Vinci que fue adquirida por el rey Francisco I de Francia a principios del siglo XVI, siendo desde entonces propiedad del Estado Francés.
Su nombre, que significa “la alegre” en castellano, deriva de la teoría más aceptada acerca de la identidad de la modelo Lisa Gherardini, quien se casó en 1495 con Francesco Bartolomeo de Giocondo, un rico mercader de sedas que se convirtió en un funcionario público, y supuesta vecina de Leonardo. De hecho, del nombre de Lisa proviene su otro nombre: Mona, que significa “señora” en el italiano antiguo.
Al marido de Mona Lisa le disgustó tanto el cuadro que se dice se rehusó a pagarlo, por lo que se le quedó al artista; en 1516 el rey Francisco I invitó a Leonardo a Francia, donde murió tres años más tarde y por tanto la Mona Lisa pasó a formar parte de la colección de arte del Rey; se cuenta que decoraba su baño real.
La pintura es un óleo sobre tabla de álamo de 77 x 53 cm pintado entre 1503 y 1519, considerado como el ejemplo más representativo de sfumato o esfumado, una técnica muy característica de las pinturas de Leonardo que consta de aumentar el grueso con varias capas de pintura extremadamente delicadas, proporcionando a la composición unos contornos imprecisos, generando un aspecto de antigüedad y lejanía a pesar de que ahora su colorido original es menos perceptible por el oscurecimiento de los barnices con el paso del tiempo.
La fama de esta pintura no se basa únicamente en la técnica empleada o en su belleza, sino también en los misterios de su origen que la rodean: las reproducciones realizadas en todo el mundo, las múltiples obras de arte que se han inspirado en el cuadro y las parodias existentes contribuyen a convertir a La Gioconda en el cuadro más famoso del mundo, visitado por millones de personas. Sin duda, su atractivo es muy subjetivo, pues depende de lo que sientan los espectadores, lo cual explica gran parte de la continua fascinación que ejerce la pintura. Podemos discutir, por ejemplo, si la modelo está sonriendo o no.
Tenues y oscuros pigmentos alrededor de sus ojos y boca dan una extraña sensación de movimiento, mientras que los brazos y las manos transmiten una sublime sensación de placidez, que contrasta con lo rígido de la mayoría de los retratos de la época. Además, la mujer permanece tranquila ante uno de los paisajes más ricos y extraños de cuantos Leonardo escogiera, atravesado por caminos y puentes que no tienen dirección hacia ningún lado.
Aparte de sus exhibiciones en el extranjero, y del tiempo que pasó en las ciudades italianas de Florencia, Roma y Milán en 1913 después de que el carpintero Vincenzo Peuggia la robara dos años antes y permaneciera desaparecida por 28 meses, la Mona Lisa ha permanecido en Francia; hoy en día el cuadro es protegido por múltiples sistemas de seguridad, ambientado a temperatura estable para su preservación y siendo revisado constantemente para verificar y prevenir su deterioro.
Incluso en 1963 la pintura fue llevada a Washington para exhibirla, fue asegurada por 100 millones de dólares, el seguro más costoso hecho a una obra de arte.
