La goleada recibida por la selección de la Federación Mexicana de Fútbol a manos del combinado de Estados Unidos, mostró entre otras cosas que el equipo mexicano y la estructura del fútbol en nuestro país no había tocado fondo, hasta ahora.
El marcador final de 3-0 exhibió a todos: en la cancha, un puñado de jugadores de medio pelo, muchos de ellos, sobrevaluados por varios medios y comentaristas deportivos y un técnico víctima de una pésima planeación; en la tribuna, miles de aficionados engañados por enésima ocasión, que mostraron su pésima educación provocando la suspensión del juego por volver al grito homofóbico; y en un palco, directivos mexicanos contando al lado de un promotor los dólares ganados en este negocio, que se puede caer.
México no apareció en todo el juego, o mejor dicho, apareció a la hora de dar patadas.
Par de tantos de Pulisic cerca de la media hora de juego y minutos después de iniciado el segundo lapso, reflejaron en el marcador la superioridad de los estadounidenses ante un equipo mexicano sin ideas y con pocos días de trabajo .
La impotencia llevó a los tricolores a empezar a dar patadas y César Montes fue expulsado por agresión, desatando un principio de bronca en el terreno de juego, en el que un norteamericano fue expulsado y provocó la ira de una parte de la tribuna besando la playera de su selección cuando iba hacia los vestidores.
Cayó el tercer gol de Estados Unidos y pudo haber más. Ambos equipos terminaron con 9 hombres en la cancha, y los gritos homofóbicos llevaron al árbitro a detener el encuentro.
Una noche negra para México, en el terreno de juego, en la tribuna, en el palco y en el mercador.
Lo único bueno que hubo para los mexicanos fueron los dólares que pararon en las arcas de la Federación Mexicana de Fútbol, enterradora del balompie en nuestro país.
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